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La evolución de los satélites espía

Manuel Castellanos

Manuel Castellanos

AERTEC / Aerospace Industry

 

La industria aeroespacial es, posiblemente, una de las que innova y avanza tecnológicamente a una mayor velocidad. Uno de los campos donde este hecho es más evidente es el de los satélites.

A menudo somos testigos de noticias relacionadas con la actividad que existe en  órbita alrededor de nuestro planeta. A pesar de ser los únicos responsables, no somos completamente conscientes de la verdadera relevancia y las derivaciones que este asunto podría conllevar.

Se puede decir que actualmente nos encontramos ante una guerra fría espacial, con más nubes que claros.

Entre las efemérides destacadas de la industria aeroespacial, en octubre de este año celebramos 60 años del lanzamiento y puesta en órbita del primer satélite artificial, el Sputnik I. La antigua Unión Soviética lanzó este satélite dotado con un par de transmisores de radio con fines científicos tales como llevar a cabo estudios sobre las capas altas de la atmósfera o estudiar la capacidad de transmisión a través de ellas. Por un margen de pocos meses se adelantó al lanzamiento del satélite estadounidense Explorer. Qué mejor prueba que ésta para confirmar que desde el principio, las potencias aeroespaciales mundiales siempre han rivalizado por estar a la cabeza en esta carrera tecnológica. Eso sí, pronto se añadió un nuevo interés a la lista.

Importa más espiarnos a nosotros mismos que investigar el espacio.

La motivación exclusivamente científica, basada en lanzamientos de cohetes cargados con telescopios, sondas de radio y de reconocimiento (algunas de ellas enviadas mucho más lejos de la órbita terrestre), no es la única que invita a que los gobiernos inviertan enormes capitales de dinero para este fin. Desde casi el principio, se han lanzado satélites que están siendo utilizados como herramientas (para monitorizar nuestros GPS por ejemplo) y otros, menos conocidos, que están siendo usados como armamento espía y estratégico. Estos últimos son capaces de registrar con buena resolución cualquier punto del planeta, así como de localizar vehículos, buques, aviones y hasta submarinos a través de sus señales de radio y radares.

El hecho de apenas tener especificaciones técnicas de este tipo de satélites no es más que otra demostración de la importancia que le da cada gobierno para mantenerlo en secreto. Es más, no tendríamos conocimiento ni de su existencia si no fuera por algunas filtraciones de antiguos empleados de la CIA y la NSA, por ejemplo, en el caso estadounidense.

Con suerte, tan sólo se conoce el peso aproximado de alguno de estos satélites.

Como ejemplo, el pasado mes de marzo se han lanzado un par de satélites espías bajo responsabilidad de la empresa estadounidense ULA (United Launch Services) a bordo de un cohete Atlas desde la base aérea de Vandenverg (California). Estos satélites militares secretos de espionaje, vigilancia e inteligencia electrónica, SIGINT, idea de la NRO (National Reconnaissance Office), parecen ser realmente los INTRUDER 12, a pesar de que el gobierno americano los camufle con otros nombres menos “inquietantes”.

Normalmente se dedican 2 o 3 satélites de este tipo para tener mejor capacidad de triangular  la posición de objetivos.

Pero no sólo Estados Unidos usa el espacio para hacer de las suyas, ni mucho menos. China está llevando a cabo un programa similar al Intruder formado por tres tríos de satélites Yaogan con el objetivo principal de localizar y controlar los grupos de portaaviones estadounidenses. Por el lado europeo, Francia, España, Italia y Bélgica colaboran en el programa de espionaje Helios; Alemania mantiene su programa SAR-Lupe, mientras Reino Unido hace lo propio con el programa Zircon. Oriente Medio es vigilado por un programa llamado Ofek, gestionado por Israel y dirigido fundamentalmente a vigilar el programa nuclear de Irán. Japón también tiene su satélite espía IGS. Incluso Egipto vigila su patrimonio con el DesertSat.

Son muchas las naciones que tienen su propio programa secreto de espionaje espacial.

Rusia no iba a ser menos y también tiene su juguete: uno de sus satélites espías se llama RORSAT, y participa en varios programas de inteligencia y vigilancia espacial. La intención del gobierno soviético es liderar esta carrera armamentística y, para fulminar cualquier duda, está trabajando en la fabricación de un láser aéreo para contrarrestar los intentos de espionaje de un enemigo potencial ya sean provenientes de tierra, mar, aire o espacio. Se trata del programa Almaz, que pretende instalar en sus aeronaves un sistema de defensa basado en un láser infrarrojo capaz de neutralizar señales del resto de medios de inteligencia.

Ya hay hostilidades ahí arriba.

Poco a poco, toda esta estrategia empieza a subir de tono. El gobierno ruso ha cazado y publicado fotografías de satélites espías estadounidenses activos (como el Lacrosse, por ejemplo), algunos camuflados entre basura espacial, lo que se ha convertido en un asunto de gran preocupación en el seno del gobierno americano.

Corea del Norte, por su parte, lanzó hace un par de años el Kwangmyongsong-4 para colaborar en la protección y desarrollo de sus programas nucleares y violando presuntamente las sanciones impuestas al país por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que supone una amenaza para la paz y seguridad mundial.

Es una competición que va a más. Se puede decir que nos encontramos ante una guerra fría espacial, con más nubes que claros. Esperemos que esta guerra siga siendo fría y que no llueva.

 

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